domingo, 12 de marzo de 2017

Paradita en Medellín.

km. 4935




         Después de tanto pedalear, me apetecía quedarme en algún sitio donde poder echar una mano allí donde me necesitaran y que ala vez pudiera disfrutar aquel lugar con una esencia bonita.




Por eso me vine a quedar en Medellín, ciudad que hace dos años, en un viaje anterior, me enamoró y a la que sabía que volvería mas pronto que tarde. Buscando una escuela en la que ayudar, encontré Ciudad Don Bosco gracias a Leyre, una bilbaína que ya lleva dos años trabajando aquí. El centro es un lugar donde conviven muchos niños que han pasado por situaciones difíciles en las familias y el conflicto armado colombiano y se ven acogidos por los Salesianos que les dan alojamiento y mucho cariño para que se sientan como en casa. En ocasiones, comenzado el curso académico faltan profesores y ahí es donde entraba yo, en un grupo de 3º de Primaria donde las edades de los niños oscilaban entre los 7 y los 16 años. Todo un reto.





Nada mas ver las instalaciones me dijeron que sí me podía incorporar al día siguiente y no dudé pues era la oportunidad perfecta para ejercer mi profesión con unos niños que de verdad lo necesitaban. Esta vez me tocaba dar todas las asignaturas del curso y la falta de experiencia me llevó a preparar durante muchas horas materiales que poner en práctica durante las 5 horas seguidas que estaba con los muchachos. El trabajo no era fácil pues con un grupo así se requiere de mucha paciencia y mano izquierda pero las dificultades eran superadas con el inmenso cariño que estos niños me daban. Es ahí cundo te das cuenta de que vale la pena luchar y dejarse la piel en el salón de clase.

Entre tanto, los eventos y amigos no paraban de aparecer con planes suculentos para ir a bailar y es en este arte, el de la salsa, en el que me he dejado caer por garitos de la calle 70 donde los fieles salseros acuden al son de la clave y el tambor. Como insignia, el bar Tíbiri-Tábara es un sitio muy especial donde personas de todas las edades se reúnen desde hace 20 años en una especie de sótano en el que el termostato de la temperatura no deja de subir hasta las 2 de la mañana. El calor es tal que con dos canciones seguidas estás encharcado y las paredes sudan literalmente. No habrá refrigeración ni ventilación pero el sabor sale por los poros y el almizcle embadurna los sentidos disfrutando de la música con esa chica que acabas de conocer y que quién sabe si habrá segunda ronda. Varias noches me he quedado "solo" en el local con el simple pretexto de bailar.

Los paisas, naturales de Antioquia que es la región donde se asienta Medellín, son gente espectacular que te brinda una de las amabilidades mas grandes que yo he visto y te hacen sentir como en casa. No he tenido ningún problema con nadie sino, todo lo contrario, no han hecho mas que agasajarme con ofrecimientos para unirme al "parche", que es como le llaman al plan de amigos. Son dos meses que se me han pasado como un día y quedarán en un dulce recuerdo el día que me vaya.



Una de las ilusiones de este viaje era poder llegar a tiempo para el carnaval de Brasil pero como todo en esta vida no puede ser, al menos todo junto no, tuve que contentarme con estar en tan buen lugar. Sin embrago, mi amigo Manolo me llamó rápidamente para avisarme de una oferta de unos billetes de avión para ir a Barranquilla en su laureado carnaval. Allí dicen que "el que lo vive es el que lo goza" y no me lo pensé dos veces y al día siguiente ya estábamos en los eventos de esa fiesta donde se celebra la vida al mas puro estilo caribeño en un lugar donde se respira el salitre de batallas marinas épicas. La fiesta es en la calle y está abierta a todas las personas así que nos mezclamos entre los lugareños y vivimos ese carnaval que tanta falta me hacía para cumplir ese sueño realidad.







Ya la tierra llama y si bien se puede decir que soy un culo inquieto que tiene en el viaje un estilo de vida; mi familia, amigos y bravura del mar cantábrico me hacen mucha falta. Es por eso que en pocos días engraso de nuevo la cadena de mi nave rumbo a Bogotá donde cogeré un vuelo hacia la Madre Patria, como dicen aquí. El camino ha de sucederse despacito y disfrutando de cada momento, por lo que mi intención es completar los kilómetros que separan Barcelona de Bilbao surcando los Pirineos y entrando al País Vasco como la ocasión se merece. Ya pronto espero estar entre un buen Bacalao al Pil Pil como Dios Manda. Mientras tanto, disfrutaremos de los atributos de la espectacular Colombia la cual se ha convertido, sin duda, en uno de mis países favoritos por su sencillez, colores, diversidad y sabor.




Un agradecimiento muy especial a todos los que han hecho este sueño posible.

Nos vemos en la carretera.



miércoles, 1 de febrero de 2017

Suena la rica salsa

km. 4640



              Como un tambor que llama al encuentro, me he ido deslizando por Centroamérica hasta Colombia. Una tierra que visité hace dos años y que me enamoró completamente. Como en la vida no hay nada fácil, y si es fácil no se disfruta tanto, el viaje de Panamá hasta Medellín iba a precisar de ríos de paciencia, estrategia y decisión.



Volviendo a Ciudad de Panamá, desde donde escribí por última vez, pasé aventuras y avatares con mi amigo Mike de Camerún. Buscando un hostal mas barato del que nos habían hablado unos artesanos argentinos, nos dimos una vuelta por el barrio del Chorrillo y por fin dimos con ese lugar donde pasaríamos varios días. Por 5 dólares la noche, no se podía esperar gran cosa, y la verdad es que pasamos tremendo calor y las cucarachas campaban a sus anchas. Hay veces que te dices... qué hago yo aquí...  pero es donde encuentras la mejor gente realmente. En él había un montón de venezolanos buscando un porvenir mejor del que tienen en su país o simplemente ganar un puñado de dólares que poder mandar a su familia. Te das cuenta de que las cosas no son nada fáciles y que hay que estar preparado para todo. Me encontré con músicos, acróbatas, cocineros, camareros y un sinfín de profesiones esperando su oportunidad para "hacer billete".





Mientras tanto, Mike y yo pateábamos la ciudad en búsqueda de contactos para sus negocios. Él no habla español y yo le podía hacer las funciones de traductor. Fue una semana en la que he aprendido un montón y he visto cómo se mueve una ciudad en la que cada día hay muchas oportunidades esperando candidato. No es un sitio en el que viviría mucho tiempo pero me resulta muy curioso el ver cómo funciona una metrópolis con tantos contrastes.


Era hora de reemprender la marcha cuando preparo la bicicleta para salir del hostal con la nave cargada. Mi amigo africano me ayuda con la puerta del hostal, cuando al bajar los escalones cae la botella de agua cargada y se rompe el culo perdiendo el líquido. Mike me dice que esto es una señal y que he de ir con cuidado. Los africanos creen mucho en ese tipo de sucesos y aunque no le di mucha importancia, salí de la ciudad con especial atención al tráfico, el cual, en ese momento, era el elemento de mayor peligro con multitud de coches, camiones y autobuses compitiendo por hacerse un hueco en la carretera, mientras yo luchaba con el calor y las indicaciones del mapa para poder salir de ese lío.


Por fin conseguí salir de la ciudad del caos y ahora el objetivo era encontrar el puerto desde el cual salían las lanchas hacia Colombia. Este viaje se convertiría en una Odisea de principio a fin.
La razón por la cual cambiaba de transporte era la imposibilidad de pasar a Colombia por vía terrestre ya que hay una selva que divide ambos países, mas comúnmente conocida como el tapón del Darién. Un lugar en el que confluyen guerrilla, narcotraficantes, emigrantes ilegales y animales salvajes y muy venenosos. Una carta de presentación digna de los mayores aventureros y no es que no me de ganas adentrarme, pero hay veces que la lógica y el sentido común pesan mas que la aventura.

Llegado un punto de la carretera panamericana, me debía desviar hacia la comarca indígena Kuna Yala, donde se encuentra el puerto desde el cual tenía que tomar la lancha. Ya me habían avisado que el trayecto de 40 kilómetros sería todo un reto en el que pondría a prueba tanto las piernas como los frenos de la bici en las cuestas mas empinadas que he visto en mi vida. Solo los carros 4x4 pueden transitar por esa carretera y es que un auto normal no tiene la tracción suficiente para subir esas lomas.



Me quedo en el kilómetro 11, extenuado, y decido hacer noche en una cabaña abandonada con vistas increíbles. Coloco la lona de mi tienda de campaña en el suelo y con la colchoneta duermo plácidamente, bien metidito en el saco. Al día siguiente sigo cuesta arriba y abajo y en la frontera de la comarca me esperan los militares para el control, de un lado, y del otro los kunas ¡con una máquina para pagar con tarjeta! No me lo podía creer pero el turismo y su vista de negocio han hecho que cada visitante tenga que pagar 20 dólares por estar en su tierra. Me duele como si se me clavaran 20 puñales y con la camiseta encharcada en sudor le miro al paisano dándole a entender que yo no vengo a coger un velero que haga el tour de isla en isla, sino que soy un viajero, pero no hay chance de evitar la cruel tasa. ¡Menuda bienvenida! Todavía me quedaban 20 km de cuestas vertiginosas en las que me tenía que bajar de la bici y es que no tengo los piñones suficientes para subir esa pared vertical.





Llegando a puerto, eran pasadas las 9 de la mañana y tengo la esperanza de encontrar alguna lancha, sabiendo que salen alas 9. Efectivamente, tengo que preguntar a mucha gente y nadie sabe nada. Me lo tomo con calma y me digo que, si hay que esperar, se espera. En el puerto conozco a Nacor, un muchacho de 19 años el cual es capitán de una lancha que viaja a Capurganá, Colombia. Por fin veo algún rayo de luz cuando me dicen que no salen hasta dentro de dos días y que tengo que esperar en una isla cercana donde puedo encontrar alojamiento barato. Nacor me lleva en su lancha y me acomodo en la humilde pensión Kuna. Paso dos días muy débil con fiebre y gastroenteritis por causa de agua en mal estado que bebí el día anterior. Quizás la señal de la que hablaba mi amigo Mike, al caer la botella, era que tenía que tener cuidado con el agua que bebía y no el tráfico, como yo pensaba. Qué curioso.



Me cuido bien para reponerme para el viaje y cuando estoy listo para zarpar, viene el patrón y dice que hay un anuncio de mala mar y que no van a dejar salir lanchas en 3 o 4 días. Son días que paso relajado, sin poder gastar mucho dinero, ya que no lo tengo y dando vueltas por el pueblo con mi amigo Nacor vacilando a las indígenas. Los kunas son bastante cerrados al principio pero conocí algunos que fueron muy amables conmigo. Cada noche, la pensión en la que me encontraba se convertía en el abrevadero de la comunidad donde todos los hombres venían a tomar cerveza y a escuchar ballenatos y bachatas a todo volumen. Mientras tanto, Nacor y yo nos sentábamos a ver la televisión sin volumen y normalmente, siempre nos invitaban a unas cervezas los alegres borrachines de Isla Cartí.

Al patrón de la lancha es un marinero de 35 años que ha ganado dinero transportando diferentes mercancías cotizadas, así como ayudado a emigrantes a conseguir su sueño dorado. Zona de piratas donde la recompensa es grande pero el riesgo también lo es. De cualquier modo, Bolo era un marinero experto que nos llevaría hasta Puerto Obaldía aunque la mar no estuviera muy bien.

Llega el jueves y han pasado 6 días desde que arribé ala isla cuando Bolo decide partir. Un venezolano y varios Kunas se unen al viaje en el que atravesamos las grandes olas como si de una montaña rusa se tratara. Eso sí, cada ola era un fuerte golpe para las articulaciones que se machacaban poco a poco. 6 duras horas en las que veía como la bicicleta soportaba los fuertes bandazos de la lancha. La pobre, está un poco afectada del viaje pero ha aguantado como una campeona. Tendré que ponerla a punto y cuidarla un poco mas para que me siga dando alegrías. El amigo venezolano pasa un viaje muy malo vomitando y me doy por afortunado de no tener que pasar tan mal trago. Mientras tanto, los kunas parece que están tumbados en una hamaca y ni pestañean. Quién sabe si es porque no quieren mostrar debilidad o porque están acostumbrados a esas marejadas.





Llegamos a Puerto Obaldía destrozados y ya es tarde para poder hacer el trámite del pasaporte en la migración panameña por lo que tenemos que quedarnos una noche a lo que se le sumó otra mas debido a la mala mar y que la marina no dejaba salir lanchas por temor a las consecuencias. Tiempo para poner a prueba la paciencia y meditar. El pueblo da para conocer a varios personajes curiosos que transitan este peculiar sitio fronterizo. Entre ellos, un italiano que lleva unos 5 meses viviendo en el lugar. Nos cuenta que pagó condena de tres años por tráfico de cocaína en la cárcel española y todos los entresijos de sus tratos con la mafia italiana. Personajes de novela que solo puedes hallar en sitios de esta índole.

Llega el día de zarpar y hemos quedado a las 6 de la mañana con Bolo, que no aparece. Se hace de rogar y se excusa con que no están dejando salir las lanchas, hasta que dos argentinos solicitan también sus servicios y, entonces sí, con la plata de por medio, nos embarcamos rumbo a Capurganá, ya en territorio colombiano. Como no podía ser de otra manera, el viaje es épico, se avería el motor en medio de una marejada muy grande y vemos cómo las olas están por llegar mientras el capitán hace por arrancar. Como de película, conseguimos salir en el último momento y zafamos la ola que venía a por nosotros. Así, lo mismo sucede unas tres veces hasta que por fin conseguimos llegar a puerto. Ya en Capurganá conocemos a unos cuantos vacacionantes que disfrutan de su periodo estival y nos reciben estupendamente.




Al día siguiente viajaría a Turbo en la última lancha en un viaje de 3 horas, mucho mas tranquilo y placentero pero cuando llegamos, la Armada Colombiana nos recibe y me quieren entrevistar mientras intento sacar de la lancha todas mis pertenencias con el despiste de olvidarme de la tienda de campaña y la colchoneta hinchable. Cuando me da por mirar para atrás, la lancha ya no está y casi lo doy por perdido cuando un señor regresa con la bolsa. ¡Menos mal! Aunque esta es tierra de oportunismo y después compruebo que me falta la colchoneta. Parece que se lo habían repartido en dos mitades y que, por casualidad, yo había encontrado una de ellas pero la otra nunca mas la veré. Gajes del oficio. Consigo rearmar mi bici que necesita algunas reparaciones y echo a andar hasta Chigorodó, donde me quedo a pasar la noche. Son cinco etapas hasta llegar a Medellín en las que, las dos primeras son planas y placenteras pero las últimas, sin embargo, extenuantes y durísimas llenas de pendientes y mala carretera que me deja destrozado. Por suerte, puedo descansar en habitaciones decentes por poco dinero.


Estoy llegando a Medellín cuando me quedan solo 10 kilómetros y no me dejan pasar un túnel. Una camioneta me pasa amablemente y vuelvo ala ciudad que tanto me gustó hace dos años, en un viaje anterior. Regreso al mismo hostal y me reciben como estupendamente. Me quiero quedar en esta ciudad un tiempecito para echar una mano en lo que pueda colaborar. Dicho y hecho. Cuando uno pone la energía en algo, al final viene como si por arte de magia fuera y ya llevo una semana trabajando como profesor de tercero de Primaria en una escuela de la periferia de Medellín. Este grupo se encontraba sin profesor y me quedo a cubrir la vacante hasta que el Estado ponga un docente. Por supuesto, lo hago sin ánimo de lucro y es que hay que devolver ala vida todo lo bueno que me da. Son muchachos de 8 a 16 años que viven, en su mayoría, internos en la escuela. Como os imaginaréis, situaciones varias en las que hace falta mucho cariño y dedicación. Ahí es cuando te das cuenta de la suerte que tienes de haber recibido una buena educación en casa de una familia dedicada a sus hijos. No todos corren esa suerte y arrastran muchas carencias que solo ciertas escuelas son capaces de atender.


Medellín, eterna primavera. Ciudad de tantos atributos que da al visitante una amable visión de sus gentes y entornos. Bailaremos la rica salsa al compás de la maraca y el tambor gozando de esta bonita experiencia.









   

miércoles, 4 de enero de 2017

¡Verde, que te quiero verde!

km. 4255





En un "saltito" de mas de mil kilómetros desde la última entrada, vuelvo a este blog para contaros las aventuras y avatares de este lindo viaje.




Parece mentira que ya haya cruzado 7 países desde que salí ya hace mas de tres meses. Las personas, paisajes, culturas y vivencias van propulsando mi nave queriendo conocer mas de este lindo recodo del mundo. Centroamérica es como una estrecha cinturita por la que calor tropical y diversos fenómenos naturales hacen de sus gentes personas que viven el momento y hacen de la improvisación un arte y modo de vida, para bien y para mal.





Os escribo desde Ciudad de Panamá, capital del país que lleva su nombre y urbe polarizada entre vertiginosos rascacielos donde empresas occidentales se benefician de las condiciones fiscales y suburbios paupérrimos en los que la gente vive entre suciedad y condiciones deplorables. Aquí me refugio unos días para descansar y pasar el fin de este año tan intenso y lleno de emociones. Para no perder el hilo cronológico, volvamos a Nicaragua, desde donde escribí la última entrada.



Ya era mediodía cuando llego ala frontera de Nicaragua y Costa Rica, esos países tan opuestos el uno del otro y en los que notaría la diferencia nada mas cruzar la frontera. Del lado nica me piden 2 dólares para salir y yo me quejo de que, primero, me estén rateando mas dinero y que, segundo, tenga que pagar en una moneda que no es la nacional. Entre bromas expreso mi disconformidad ala oficial que se mete los dólares al bolsillo de su camisa, en un gesto muy poco profesional. Qué poco me gustan esas cosas... La corrupción es algo muy común en estos países. Del lado "tico" (gentilicio costarricense), me reciben bien pero me piden un tique de salida que, por supuesto, no tengo y me resigno a mostrarle mi bicicleta como seña de lo que estoy haciendo. Hay muchas personas que se quedan a trabajar en Costa Rica puesto que es un país que paga mas que el resto y tienen miedo de que los extranjeros errantes se queden  a trabajar y bueno..., toman sus precauciones aunque la oficial que me tocó me aceptó la entrada sin problema. Costa Rica, ¡allá vamos! 40 kilómetros mas y se me hace de noche por lo que decido acudir ala ayuda de la gente común que siempre tiende una mano al viajero. En este caso, acampo en el rancho de un granjero, con vistas a un volcán. Es luna llena y mientras me hago un bocadillo contemplo la luna en un momento mágico.



Continuo la marchas hasta Cañas, donde Esteban, mi anfitrión, me espera. Esteban es un granjero que cultiva arroz orgánico y sueña con un viaje largo en bicicleta. Me brinda una hospitalidad espectacular y cenamos con sus compañeros de clase de yoga y mas amigos. El descanso me sabe a gloria y lleno los depósitos de energía para continuar hasta Punta Arenas donde otro anfitrión me recibe, mas humildemente pero cualquier ayuda es buena. Duermo en el suelo con mi colchoneta y continuo viaje hasta Jacó donde descanso en un hostal bastante decente. El sol por estas fechas pega fuerte y siempre que veo un puesto con fruta a un canto de la carretera, ahí me detengo a por vitamina y charlar con los vendedores que suelen ser gente de primera. Hay veces que me quedo hasta varias horas charlando con ellos. Este viaje no trata de hacer mas kilómetros, sino de disfrutarlos y sacarles jugo. La bicicleta se está portando como una campeona y aunque la cubierta de la rueda está un poco rajada, voy a intentar aguantar con ella hasta que se rompa por completo.



Costa Rica es un país bastante caro para el común denominador de los viajeros de bajo presupuesto como yo y vecinos de los países cercanos. La llaman la Suiza de Latinoamérica y con razón, ¡me piden 5 dólares por un desayuno! Bueno, me acuerdo aquello que me dicen mis padres de que con la comida no se escatima y pago la minuta. Por lo menos estoy ahorrando bastante en alojamientos y andando con cuidado no nos salimos demasiado del presupuesto. Es un país que merece la pena conocer por su naturaleza y gente. La cantidad de animales salvajes que puedes ver desde la carretera es impresionantes, desde cocodrilos hasta monos aulladores pasando por serpientes de todos los tamaños y colores y arañas peludas. La vida sobresale por cada rincón de tierra fértil y es un atractivo a reconocer ya que han sabido cuidar este bello edén.



Como no solo de verde vive Iker, también le gusta el azul (mar) pues tomamos rumbo a una playa llamada Dominical donde encuentro un hostal barato en el que alquilar una tabla y surfear unos días junto a lindas personas que también están viajando. Allí me encuentro con Lila, que conocí en Nicaragua, y le damos mucha vida al hostal cuando cocinamos y  nos juntamos para comer con los demás huéspedes. En un momento de inspiración, saco el altavoz inalámbrico que llevo en mis alforjas y monto una clase de salsa improvisada con un alemán y una israelí que allí se encuentran. ¡Ay si los viera Hitler!






Después de los días de playa, olas y amigos, reemprendo la marcha hacia Corcovado pero en el desvío decido pasar de este lugar tan caro y dejarlo para otra ocasión. A veces es curioso cómo de un momento para otro uno decide dónde va a pasar la noche. Son sensaciones o quizás un instinto que te guía y te dice hacia dónde ir. El caso es que me dirijo ala frontera de Panamá y acampo en un campo de fútbol de una escuela para pasar la noche. Pretendo bañarme en un río que se encuentra alado del campo cuando de repente unos cuantos chavales irrumpen en el lugar  para jugar una pachanga de fútbol. Me acerco y juego un partidito con ellos. Me baño casi de noche y los mosquitos afilan los colmillos sabiendo que hay carne fresca. Me meto pronto ala tienda y no tardo en dormirme. El ejercicio se nota y necesito un buen descanso.



Llego ala frontera a mediodía y tengo que cambiar los colones que tengo por dólares, moneda que se usa en Panamá. Una larga fila para hacer el trámite en el banco que da el mejor cambio y ya se me hace de noche para continuar mas kilómetros. Eso y que una frondosa barrera de oscuras nubes con ganas de descargar toda su furia irrumpen cuando paso la frontera panameña. Mas tarde sabría que tampoco se puede entrar en Panamá sin billete de salida y que a muchos viajeros no les permiten la entrada por lo que tuve bastante suerte. La bicicleta siempre salva de muchas situaciones por la admiración y respeto que despierta en las personas al hacer un viaje de este tipo.



Por el camino me encuentro a Gonzalo, que podéis ver en la foto de arriba. Él es un colombiano de edad avanzada que no puede caminar pero eso no le impide hacer cosas increíbles y mover montañas. Viaja en dirección opuesta ala mía hacia México con la idea de reunirse con el presidente de México e iniciar una cruzada contra el hambre infantil. Él me pregunta a ver si creo que es posible que consiga un partido amistoso Real Madrid- Barcelona en pro de su fundación y causa y yo le digo que nada es imposible si se desea con fuerzas. Grandes ambiciones para una persona que pedalea con los brazos y y duerme en iglesias. Todo es posible y esta es la prueba. La determinación de ciertas personas no conoce límites y es lo que da esperanza a nuestra especie, digna de lo mejor, si se lo propone. Hay esperanza en el mundo con personas así.



Ya es tarde en la frontera y decido quedarme a pasar la noche en un hotel modesto de una familia que, muy amablemente, me brinda una cena y un buen descanso. Al día siguiente, me los encuentro por el camino y paran a hacerse unas fotos conmigo. Bien, empezamos con buen pie en Panamá.



El paisaje cambia en Panamá con vías mas anchas y no tan provistas de frondosa vegetación, como pasaba en Costa Rica. Es en día de Nochebuena y mi buena estrella, que me acompaña, pone a dos excelentes personas en el camino que me invitan a pasar el día con ellos en su casa. Solo había hecho 30 kilómetros pero no podía dejar pasar esta oportunidad. Es una pareja compuesta por un inglés y una costarricense, que se les ve muy enamorados, y quieren hacer un viaje por el mundo con una autocaravana. Disfrutamos de la buena comida y vino entre risas y bromas. Al día siguiente, día de Navidad, completo 130 kilómetros acabando en una interminable cuesta que termina con mis depósitos de glucosa y decido apearme en un  pueblo chiquito al pie de la carretera, donde me dicen que pregunte en la casa de los frailes. Me lo dicen con tal convencimiento de que me van a ayudar que no me lo pienso y voy. Me dan posada y cena. Uno de los curas es un zamorano que lleva un par de años y al enterarse de que un viajero vasco ha llegado a las puertas me obsequia con la rica comida que les había sobrado de estos días festivos. Rico pulpo y vino de Alvariño, ¡qué deleite!
Después de todo,estoy pasando las Navidades en buena compañía aunque extraño mucho mi familia. 



Pedaleo 5 días seguidos en los que tengo que pasar noches en pensiones de mala muerte, bastante sucias y ténebres, pero llego entre mucho tráfico al canal de Panamá, esa mítica obra de ingeniería que divide el continente en dos y conecta por vía marítima los océanos Atlántico y Pacífico. Una paradoja en un país que tiene incomunicada la entrada a Colombia por vía terrestre en el Tapón del Darién. Es por esta razón que voy a tener que tomar un transporte alternativo.





Llego a la Ciudad de Panamá y encuentro un hostal barato que me cuesta encontrar. No tiene ni letrero y parece que es nuevo. De repente, dos africanos se acercan y me preguntan que si busco el hostal y les digo que sí. Allí conozco a Michael, un camerunés de origen nacionalizado inglés que ha recorrido medio mundo hasta conseguir tocar sus sueños con las yemas de los dedos. Pretende hacer negocios en este lado del mundo para poder terminar su hostal en Camerún.

Días de descanso, fiesta, puesta a punto de  la bici, aprendizajes, búsqueda de nuevos rumbos hacia Colombia... tantas cosas que ya os iré contando. Entre tanto, os mando un fuerte abrazo y mis mejores deseos para este nuevo año. Si el 2016 fue bueno, ¡este año va a ser impresionante!