lunes, 21 de noviembre de 2016

El Salvador, descubriendo al "Pulgarcito" de Centroamérica.

km. 2340






        Ya son  semanas sin dejar huella por aquí y supongo que pensaréis que me he quedado por algún lugar lejos de las redes de Internet y así es. He aparcado la bicicleta para sustituirla por una tabla de surf y una hamaca. Os aseguro que no estoy nada mal. ;)


Decidí partir de Antigua camino ala frontera con El Salvador. Por suerte, el camino era una suave bajada continua que me llevaría cerca del nivel del mar. La temperatura se notaba mas alta y húmeda y los poros se abrían como fuentes de nuevo. Me despedía de ese fresquito de la altura que tanto añoraré en días próximos, si bien el calor no es para tanto o al menos lo resisto bastante bien. Por aquí ya ha pasado la temporada de lluvias y menos mal, por que de lo contrario estaría todo el día a remojo.





Por el camino iba avistando volcanes, ríos y vegetación exuberante a cada pedalada que me llenan de vida e ilusión de seguir en mi andadura. Por fin llego, casi de noche, a Chiquimulilla, cerca de la frontera, y se nota el ambiente enrarecido de las zonas limítrofes. Cansado y con hambre, pruebo las primeras pupusas salvadoreñas de queso y chicharrón. Son una especie de tortas de maíz rellenas que se comen con las manos y muy calientes, aderezadas con un encurtido de zanahoria. Ha sido mi cena mas frecuente en este último mes y la verdad es que se dejan comer a falta de los manjares de mi tierra.

Paso la frontera con cierto recelo debido a los comentarios de advertimiento que me han hecho acerca de ese tramo pero la verdad es que lo encuentro muy tranquilo y la sonrisa de los salvadoreños me cautiva por completo. Los lugareños son gentes muy vivas que afrontan la vida con una gran positividad a pesar de la violencia que rodea los principales núcleos de población.

Llego a El Zonte, un pueblo tranquilo de costa donde me han dicho que hay un buena vibra y olas para surfear. Me encuentro cansado a causa de los sube-baja y el duro sol pero se me ocurre esperar a que algún surfista salga del agua para preguntarle sobre dónde me podría quedar. Me apetecía socializar un poco y compartir las olas con otras personas. No tardó mucho en aparecer Warren, un anglobilbaíno que enseguida notó mi acento y reconoció de dónde era. Él ha vivido 12 años en Bilbao y ya lleva unos 8 trabajando en Londres. A veces, se escapa a algún lugar con olas desde donde puede trabajar con su portátil y combinar su pasión con el deber. En seguida hicimos buenas migas y me acompañó a buscar una tabla a otro lugar mas turístico donde habría posibilidad de encontrar mi compañera acuática. Así, conseguí una tabla a buen precio y viendo las olas al atardecer con una cervecita, no podía esperar a mañana para sumergirme.



En este bonito lugar he permanecido durante algo mas de dos semana con un par de escapadas a San Salvador donde he conocido una persona que me ha hecho muy difícil la partida. A los pocos días me cambié a otro hostal donde me dejaban acampar por unos pocos dólares y ahí he conocido gente estupenda con la que he compartido un montón de risas y buenos momentos. El hostal está regentado por un local muy carismático al que todo el mundo conoce como "Zancudo". Él surfea con un body-board y lo hace de pie. Es espectacular ver cómo lo hace con un montón de piruetas y saltos. Dice que competía pero que como le dieron que no se podía poner de pie... pues que les mandó a freír churros, o ala verga, como dicen aquí.
Por ahí pasaban todos los locales como Pedro por su casa y te enterabas de todos los entresijos del pueblecito. Aquí son de sangre muy caliente y pobre del que tuviera un problema con ellos. Hubo un día en el que un francés del hostal se emborrachó y se puso a jugar a peleas con un local y a punto estuvieron de acabar muy mal. Yo le aconsejé al francés que le pidiera perdón y lo arreglara, que esto no es Francia y, por suerte, así lo hizo y la sangre no llegó al río. Son frecuentes las veces que oyes que han matado a alguien por estos lares y no conviene meterse en medio de estos asuntos. Mientras voy a lo mío, no he sentido un peligro muy directo, la verdad.

Igualmente, conocí una pareja compuesta por una española y un argentino que viajan en una furgoneta Volkswagen de los setenta fabricada en México, sí, la clásica de los surfistas. Se lo montan para vender sus artesanías y comida para financiarse su viaje hacia Argentina. Fueron varios los mates que compartimos entre pláticas de diversa índole. El mate es una escusa genial para dejar aparcado el teléfono móvil y volver al sumo placer de hablar por hablar.






Con gran pesar por un lado, pero con ganas de reencontrarme con mi nave por otro vuelvo a rodar camino a Tecoluca, un pueblo donde unas españolas cooperantes me reciben para enseñarme su proyecto y darme alojamiento. Ellas trabajan en la construcción de edificios de bambú y en la mejora de la red sanitaria del agua. Realizamos una caminata para conocer los alrededores de un parque donde están la ruinas mas antiguas de El Salvador. Actualmente están sepultadas por un cultivo de maíz y hasta que no tengan fondos no pueden adecentarlo. Menuda paradoja, es como si en Santimamiñe ponen una tienda de Decathlon..., pero bueno, lo primero es comer.
Paso unos días geniales con ellas y mientras se van a San Salvador a renovar la visa, me quedo a descansar un día ya que me noto débil como si estuviera incubando algún virus.




Con fuerzas renovadas, me encamino hacia El Cuco, en el golfo de Fonseca donde José, un salvadoreño que vivió 20 años en Canadá me acoge en su casa familiar. Por el camino me encuentro con enormes sonrisas y muestras de afecto por allá por donde paro. Alguno me pregunta a ver si en España hablamos Español y yo no sé cómo salir del embrollo. La verdad es que la incultura es un problema grave para el país pero se contrarresta con el afecto que me dan.

Llegando ala casa de mi anfitrión descubro una familia estupenda que ha acogido muchísimos ciclistas de todo el mundo y José me explica los porqués de su vuelta a su país de origen. Puede verse como una paradoja desde el punto de vista que medio país intenta emigrar a los Estados Unidos como mojados, pero a él le compensa y se siente feliz aquí. Está construyendo su casa poco a poco y me deja una hamaca donde dormir en una habitación sin puertas ni ventanas desde la que veo las estrellas con claridad y un bello amanecer me despierta.





La verdad es que este país me está enganchando mucho mas de lo que pensaba y "El Pulgarcito" me ha demostrado su grandeza. Me quedan 70 kilómetros para entrar en Honduras y ya he podido avistar Nicaragua desde la costa. Podría cruzarlo en lancha, pero prefiero adentrarme en otro país en mi  nave y ver qué sucede por esos lares.