miércoles, 4 de enero de 2017

¡Verde, que te quiero verde!

km. 4255





En un "saltito" de mas de mil kilómetros desde la última entrada, vuelvo a este blog para contaros las aventuras y avatares de este lindo viaje.




Parece mentira que ya haya cruzado 7 países desde que salí ya hace mas de tres meses. Las personas, paisajes, culturas y vivencias van propulsando mi nave queriendo conocer mas de este lindo recodo del mundo. Centroamérica es como una estrecha cinturita por la que calor tropical y diversos fenómenos naturales hacen de sus gentes personas que viven el momento y hacen de la improvisación un arte y modo de vida, para bien y para mal.





Os escribo desde Ciudad de Panamá, capital del país que lleva su nombre y urbe polarizada entre vertiginosos rascacielos donde empresas occidentales se benefician de las condiciones fiscales y suburbios paupérrimos en los que la gente vive entre suciedad y condiciones deplorables. Aquí me refugio unos días para descansar y pasar el fin de este año tan intenso y lleno de emociones. Para no perder el hilo cronológico, volvamos a Nicaragua, desde donde escribí la última entrada.



Ya era mediodía cuando llego ala frontera de Nicaragua y Costa Rica, esos países tan opuestos el uno del otro y en los que notaría la diferencia nada mas cruzar la frontera. Del lado nica me piden 2 dólares para salir y yo me quejo de que, primero, me estén rateando mas dinero y que, segundo, tenga que pagar en una moneda que no es la nacional. Entre bromas expreso mi disconformidad ala oficial que se mete los dólares al bolsillo de su camisa, en un gesto muy poco profesional. Qué poco me gustan esas cosas... La corrupción es algo muy común en estos países. Del lado "tico" (gentilicio costarricense), me reciben bien pero me piden un tique de salida que, por supuesto, no tengo y me resigno a mostrarle mi bicicleta como seña de lo que estoy haciendo. Hay muchas personas que se quedan a trabajar en Costa Rica puesto que es un país que paga mas que el resto y tienen miedo de que los extranjeros errantes se queden  a trabajar y bueno..., toman sus precauciones aunque la oficial que me tocó me aceptó la entrada sin problema. Costa Rica, ¡allá vamos! 40 kilómetros mas y se me hace de noche por lo que decido acudir ala ayuda de la gente común que siempre tiende una mano al viajero. En este caso, acampo en el rancho de un granjero, con vistas a un volcán. Es luna llena y mientras me hago un bocadillo contemplo la luna en un momento mágico.



Continuo la marchas hasta Cañas, donde Esteban, mi anfitrión, me espera. Esteban es un granjero que cultiva arroz orgánico y sueña con un viaje largo en bicicleta. Me brinda una hospitalidad espectacular y cenamos con sus compañeros de clase de yoga y mas amigos. El descanso me sabe a gloria y lleno los depósitos de energía para continuar hasta Punta Arenas donde otro anfitrión me recibe, mas humildemente pero cualquier ayuda es buena. Duermo en el suelo con mi colchoneta y continuo viaje hasta Jacó donde descanso en un hostal bastante decente. El sol por estas fechas pega fuerte y siempre que veo un puesto con fruta a un canto de la carretera, ahí me detengo a por vitamina y charlar con los vendedores que suelen ser gente de primera. Hay veces que me quedo hasta varias horas charlando con ellos. Este viaje no trata de hacer mas kilómetros, sino de disfrutarlos y sacarles jugo. La bicicleta se está portando como una campeona y aunque la cubierta de la rueda está un poco rajada, voy a intentar aguantar con ella hasta que se rompa por completo.



Costa Rica es un país bastante caro para el común denominador de los viajeros de bajo presupuesto como yo y vecinos de los países cercanos. La llaman la Suiza de Latinoamérica y con razón, ¡me piden 5 dólares por un desayuno! Bueno, me acuerdo aquello que me dicen mis padres de que con la comida no se escatima y pago la minuta. Por lo menos estoy ahorrando bastante en alojamientos y andando con cuidado no nos salimos demasiado del presupuesto. Es un país que merece la pena conocer por su naturaleza y gente. La cantidad de animales salvajes que puedes ver desde la carretera es impresionantes, desde cocodrilos hasta monos aulladores pasando por serpientes de todos los tamaños y colores y arañas peludas. La vida sobresale por cada rincón de tierra fértil y es un atractivo a reconocer ya que han sabido cuidar este bello edén.



Como no solo de verde vive Iker, también le gusta el azul (mar) pues tomamos rumbo a una playa llamada Dominical donde encuentro un hostal barato en el que alquilar una tabla y surfear unos días junto a lindas personas que también están viajando. Allí me encuentro con Lila, que conocí en Nicaragua, y le damos mucha vida al hostal cuando cocinamos y  nos juntamos para comer con los demás huéspedes. En un momento de inspiración, saco el altavoz inalámbrico que llevo en mis alforjas y monto una clase de salsa improvisada con un alemán y una israelí que allí se encuentran. ¡Ay si los viera Hitler!






Después de los días de playa, olas y amigos, reemprendo la marcha hacia Corcovado pero en el desvío decido pasar de este lugar tan caro y dejarlo para otra ocasión. A veces es curioso cómo de un momento para otro uno decide dónde va a pasar la noche. Son sensaciones o quizás un instinto que te guía y te dice hacia dónde ir. El caso es que me dirijo ala frontera de Panamá y acampo en un campo de fútbol de una escuela para pasar la noche. Pretendo bañarme en un río que se encuentra alado del campo cuando de repente unos cuantos chavales irrumpen en el lugar  para jugar una pachanga de fútbol. Me acerco y juego un partidito con ellos. Me baño casi de noche y los mosquitos afilan los colmillos sabiendo que hay carne fresca. Me meto pronto ala tienda y no tardo en dormirme. El ejercicio se nota y necesito un buen descanso.



Llego ala frontera a mediodía y tengo que cambiar los colones que tengo por dólares, moneda que se usa en Panamá. Una larga fila para hacer el trámite en el banco que da el mejor cambio y ya se me hace de noche para continuar mas kilómetros. Eso y que una frondosa barrera de oscuras nubes con ganas de descargar toda su furia irrumpen cuando paso la frontera panameña. Mas tarde sabría que tampoco se puede entrar en Panamá sin billete de salida y que a muchos viajeros no les permiten la entrada por lo que tuve bastante suerte. La bicicleta siempre salva de muchas situaciones por la admiración y respeto que despierta en las personas al hacer un viaje de este tipo.



Por el camino me encuentro a Gonzalo, que podéis ver en la foto de arriba. Él es un colombiano de edad avanzada que no puede caminar pero eso no le impide hacer cosas increíbles y mover montañas. Viaja en dirección opuesta ala mía hacia México con la idea de reunirse con el presidente de México e iniciar una cruzada contra el hambre infantil. Él me pregunta a ver si creo que es posible que consiga un partido amistoso Real Madrid- Barcelona en pro de su fundación y causa y yo le digo que nada es imposible si se desea con fuerzas. Grandes ambiciones para una persona que pedalea con los brazos y y duerme en iglesias. Todo es posible y esta es la prueba. La determinación de ciertas personas no conoce límites y es lo que da esperanza a nuestra especie, digna de lo mejor, si se lo propone. Hay esperanza en el mundo con personas así.



Ya es tarde en la frontera y decido quedarme a pasar la noche en un hotel modesto de una familia que, muy amablemente, me brinda una cena y un buen descanso. Al día siguiente, me los encuentro por el camino y paran a hacerse unas fotos conmigo. Bien, empezamos con buen pie en Panamá.



El paisaje cambia en Panamá con vías mas anchas y no tan provistas de frondosa vegetación, como pasaba en Costa Rica. Es en día de Nochebuena y mi buena estrella, que me acompaña, pone a dos excelentes personas en el camino que me invitan a pasar el día con ellos en su casa. Solo había hecho 30 kilómetros pero no podía dejar pasar esta oportunidad. Es una pareja compuesta por un inglés y una costarricense, que se les ve muy enamorados, y quieren hacer un viaje por el mundo con una autocaravana. Disfrutamos de la buena comida y vino entre risas y bromas. Al día siguiente, día de Navidad, completo 130 kilómetros acabando en una interminable cuesta que termina con mis depósitos de glucosa y decido apearme en un  pueblo chiquito al pie de la carretera, donde me dicen que pregunte en la casa de los frailes. Me lo dicen con tal convencimiento de que me van a ayudar que no me lo pienso y voy. Me dan posada y cena. Uno de los curas es un zamorano que lleva un par de años y al enterarse de que un viajero vasco ha llegado a las puertas me obsequia con la rica comida que les había sobrado de estos días festivos. Rico pulpo y vino de Alvariño, ¡qué deleite!
Después de todo,estoy pasando las Navidades en buena compañía aunque extraño mucho mi familia. 



Pedaleo 5 días seguidos en los que tengo que pasar noches en pensiones de mala muerte, bastante sucias y ténebres, pero llego entre mucho tráfico al canal de Panamá, esa mítica obra de ingeniería que divide el continente en dos y conecta por vía marítima los océanos Atlántico y Pacífico. Una paradoja en un país que tiene incomunicada la entrada a Colombia por vía terrestre en el Tapón del Darién. Es por esta razón que voy a tener que tomar un transporte alternativo.





Llego a la Ciudad de Panamá y encuentro un hostal barato que me cuesta encontrar. No tiene ni letrero y parece que es nuevo. De repente, dos africanos se acercan y me preguntan que si busco el hostal y les digo que sí. Allí conozco a Michael, un camerunés de origen nacionalizado inglés que ha recorrido medio mundo hasta conseguir tocar sus sueños con las yemas de los dedos. Pretende hacer negocios en este lado del mundo para poder terminar su hostal en Camerún.

Días de descanso, fiesta, puesta a punto de  la bici, aprendizajes, búsqueda de nuevos rumbos hacia Colombia... tantas cosas que ya os iré contando. Entre tanto, os mando un fuerte abrazo y mis mejores deseos para este nuevo año. Si el 2016 fue bueno, ¡este año va a ser impresionante!