miércoles, 1 de febrero de 2017

Suena la rica salsa

km. 4640



              Como un tambor que llama al encuentro, me he ido deslizando por Centroamérica hasta Colombia. Una tierra que visité hace dos años y que me enamoró completamente. Como en la vida no hay nada fácil, y si es fácil no se disfruta tanto, el viaje de Panamá hasta Medellín iba a precisar de ríos de paciencia, estrategia y decisión.



Volviendo a Ciudad de Panamá, desde donde escribí por última vez, pasé aventuras y avatares con mi amigo Mike de Camerún. Buscando un hostal mas barato del que nos habían hablado unos artesanos argentinos, nos dimos una vuelta por el barrio del Chorrillo y por fin dimos con ese lugar donde pasaríamos varios días. Por 5 dólares la noche, no se podía esperar gran cosa, y la verdad es que pasamos tremendo calor y las cucarachas campaban a sus anchas. Hay veces que te dices... qué hago yo aquí...  pero es donde encuentras la mejor gente realmente. En él había un montón de venezolanos buscando un porvenir mejor del que tienen en su país o simplemente ganar un puñado de dólares que poder mandar a su familia. Te das cuenta de que las cosas no son nada fáciles y que hay que estar preparado para todo. Me encontré con músicos, acróbatas, cocineros, camareros y un sinfín de profesiones esperando su oportunidad para "hacer billete".





Mientras tanto, Mike y yo pateábamos la ciudad en búsqueda de contactos para sus negocios. Él no habla español y yo le podía hacer las funciones de traductor. Fue una semana en la que he aprendido un montón y he visto cómo se mueve una ciudad en la que cada día hay muchas oportunidades esperando candidato. No es un sitio en el que viviría mucho tiempo pero me resulta muy curioso el ver cómo funciona una metrópolis con tantos contrastes.


Era hora de reemprender la marcha cuando preparo la bicicleta para salir del hostal con la nave cargada. Mi amigo africano me ayuda con la puerta del hostal, cuando al bajar los escalones cae la botella de agua cargada y se rompe el culo perdiendo el líquido. Mike me dice que esto es una señal y que he de ir con cuidado. Los africanos creen mucho en ese tipo de sucesos y aunque no le di mucha importancia, salí de la ciudad con especial atención al tráfico, el cual, en ese momento, era el elemento de mayor peligro con multitud de coches, camiones y autobuses compitiendo por hacerse un hueco en la carretera, mientras yo luchaba con el calor y las indicaciones del mapa para poder salir de ese lío.


Por fin conseguí salir de la ciudad del caos y ahora el objetivo era encontrar el puerto desde el cual salían las lanchas hacia Colombia. Este viaje se convertiría en una Odisea de principio a fin.
La razón por la cual cambiaba de transporte era la imposibilidad de pasar a Colombia por vía terrestre ya que hay una selva que divide ambos países, mas comúnmente conocida como el tapón del Darién. Un lugar en el que confluyen guerrilla, narcotraficantes, emigrantes ilegales y animales salvajes y muy venenosos. Una carta de presentación digna de los mayores aventureros y no es que no me de ganas adentrarme, pero hay veces que la lógica y el sentido común pesan mas que la aventura.

Llegado un punto de la carretera panamericana, me debía desviar hacia la comarca indígena Kuna Yala, donde se encuentra el puerto desde el cual tenía que tomar la lancha. Ya me habían avisado que el trayecto de 40 kilómetros sería todo un reto en el que pondría a prueba tanto las piernas como los frenos de la bici en las cuestas mas empinadas que he visto en mi vida. Solo los carros 4x4 pueden transitar por esa carretera y es que un auto normal no tiene la tracción suficiente para subir esas lomas.



Me quedo en el kilómetro 11, extenuado, y decido hacer noche en una cabaña abandonada con vistas increíbles. Coloco la lona de mi tienda de campaña en el suelo y con la colchoneta duermo plácidamente, bien metidito en el saco. Al día siguiente sigo cuesta arriba y abajo y en la frontera de la comarca me esperan los militares para el control, de un lado, y del otro los kunas ¡con una máquina para pagar con tarjeta! No me lo podía creer pero el turismo y su vista de negocio han hecho que cada visitante tenga que pagar 20 dólares por estar en su tierra. Me duele como si se me clavaran 20 puñales y con la camiseta encharcada en sudor le miro al paisano dándole a entender que yo no vengo a coger un velero que haga el tour de isla en isla, sino que soy un viajero, pero no hay chance de evitar la cruel tasa. ¡Menuda bienvenida! Todavía me quedaban 20 km de cuestas vertiginosas en las que me tenía que bajar de la bici y es que no tengo los piñones suficientes para subir esa pared vertical.





Llegando a puerto, eran pasadas las 9 de la mañana y tengo la esperanza de encontrar alguna lancha, sabiendo que salen alas 9. Efectivamente, tengo que preguntar a mucha gente y nadie sabe nada. Me lo tomo con calma y me digo que, si hay que esperar, se espera. En el puerto conozco a Nacor, un muchacho de 19 años el cual es capitán de una lancha que viaja a Capurganá, Colombia. Por fin veo algún rayo de luz cuando me dicen que no salen hasta dentro de dos días y que tengo que esperar en una isla cercana donde puedo encontrar alojamiento barato. Nacor me lleva en su lancha y me acomodo en la humilde pensión Kuna. Paso dos días muy débil con fiebre y gastroenteritis por causa de agua en mal estado que bebí el día anterior. Quizás la señal de la que hablaba mi amigo Mike, al caer la botella, era que tenía que tener cuidado con el agua que bebía y no el tráfico, como yo pensaba. Qué curioso.



Me cuido bien para reponerme para el viaje y cuando estoy listo para zarpar, viene el patrón y dice que hay un anuncio de mala mar y que no van a dejar salir lanchas en 3 o 4 días. Son días que paso relajado, sin poder gastar mucho dinero, ya que no lo tengo y dando vueltas por el pueblo con mi amigo Nacor vacilando a las indígenas. Los kunas son bastante cerrados al principio pero conocí algunos que fueron muy amables conmigo. Cada noche, la pensión en la que me encontraba se convertía en el abrevadero de la comunidad donde todos los hombres venían a tomar cerveza y a escuchar ballenatos y bachatas a todo volumen. Mientras tanto, Nacor y yo nos sentábamos a ver la televisión sin volumen y normalmente, siempre nos invitaban a unas cervezas los alegres borrachines de Isla Cartí.

Al patrón de la lancha es un marinero de 35 años que ha ganado dinero transportando diferentes mercancías cotizadas, así como ayudado a emigrantes a conseguir su sueño dorado. Zona de piratas donde la recompensa es grande pero el riesgo también lo es. De cualquier modo, Bolo era un marinero experto que nos llevaría hasta Puerto Obaldía aunque la mar no estuviera muy bien.

Llega el jueves y han pasado 6 días desde que arribé ala isla cuando Bolo decide partir. Un venezolano y varios Kunas se unen al viaje en el que atravesamos las grandes olas como si de una montaña rusa se tratara. Eso sí, cada ola era un fuerte golpe para las articulaciones que se machacaban poco a poco. 6 duras horas en las que veía como la bicicleta soportaba los fuertes bandazos de la lancha. La pobre, está un poco afectada del viaje pero ha aguantado como una campeona. Tendré que ponerla a punto y cuidarla un poco mas para que me siga dando alegrías. El amigo venezolano pasa un viaje muy malo vomitando y me doy por afortunado de no tener que pasar tan mal trago. Mientras tanto, los kunas parece que están tumbados en una hamaca y ni pestañean. Quién sabe si es porque no quieren mostrar debilidad o porque están acostumbrados a esas marejadas.





Llegamos a Puerto Obaldía destrozados y ya es tarde para poder hacer el trámite del pasaporte en la migración panameña por lo que tenemos que quedarnos una noche a lo que se le sumó otra mas debido a la mala mar y que la marina no dejaba salir lanchas por temor a las consecuencias. Tiempo para poner a prueba la paciencia y meditar. El pueblo da para conocer a varios personajes curiosos que transitan este peculiar sitio fronterizo. Entre ellos, un italiano que lleva unos 5 meses viviendo en el lugar. Nos cuenta que pagó condena de tres años por tráfico de cocaína en la cárcel española y todos los entresijos de sus tratos con la mafia italiana. Personajes de novela que solo puedes hallar en sitios de esta índole.

Llega el día de zarpar y hemos quedado a las 6 de la mañana con Bolo, que no aparece. Se hace de rogar y se excusa con que no están dejando salir las lanchas, hasta que dos argentinos solicitan también sus servicios y, entonces sí, con la plata de por medio, nos embarcamos rumbo a Capurganá, ya en territorio colombiano. Como no podía ser de otra manera, el viaje es épico, se avería el motor en medio de una marejada muy grande y vemos cómo las olas están por llegar mientras el capitán hace por arrancar. Como de película, conseguimos salir en el último momento y zafamos la ola que venía a por nosotros. Así, lo mismo sucede unas tres veces hasta que por fin conseguimos llegar a puerto. Ya en Capurganá conocemos a unos cuantos vacacionantes que disfrutan de su periodo estival y nos reciben estupendamente.




Al día siguiente viajaría a Turbo en la última lancha en un viaje de 3 horas, mucho mas tranquilo y placentero pero cuando llegamos, la Armada Colombiana nos recibe y me quieren entrevistar mientras intento sacar de la lancha todas mis pertenencias con el despiste de olvidarme de la tienda de campaña y la colchoneta hinchable. Cuando me da por mirar para atrás, la lancha ya no está y casi lo doy por perdido cuando un señor regresa con la bolsa. ¡Menos mal! Aunque esta es tierra de oportunismo y después compruebo que me falta la colchoneta. Parece que se lo habían repartido en dos mitades y que, por casualidad, yo había encontrado una de ellas pero la otra nunca mas la veré. Gajes del oficio. Consigo rearmar mi bici que necesita algunas reparaciones y echo a andar hasta Chigorodó, donde me quedo a pasar la noche. Son cinco etapas hasta llegar a Medellín en las que, las dos primeras son planas y placenteras pero las últimas, sin embargo, extenuantes y durísimas llenas de pendientes y mala carretera que me deja destrozado. Por suerte, puedo descansar en habitaciones decentes por poco dinero.


Estoy llegando a Medellín cuando me quedan solo 10 kilómetros y no me dejan pasar un túnel. Una camioneta me pasa amablemente y vuelvo ala ciudad que tanto me gustó hace dos años, en un viaje anterior. Regreso al mismo hostal y me reciben como estupendamente. Me quiero quedar en esta ciudad un tiempecito para echar una mano en lo que pueda colaborar. Dicho y hecho. Cuando uno pone la energía en algo, al final viene como si por arte de magia fuera y ya llevo una semana trabajando como profesor de tercero de Primaria en una escuela de la periferia de Medellín. Este grupo se encontraba sin profesor y me quedo a cubrir la vacante hasta que el Estado ponga un docente. Por supuesto, lo hago sin ánimo de lucro y es que hay que devolver ala vida todo lo bueno que me da. Son muchachos de 8 a 16 años que viven, en su mayoría, internos en la escuela. Como os imaginaréis, situaciones varias en las que hace falta mucho cariño y dedicación. Ahí es cuando te das cuenta de la suerte que tienes de haber recibido una buena educación en casa de una familia dedicada a sus hijos. No todos corren esa suerte y arrastran muchas carencias que solo ciertas escuelas son capaces de atender.


Medellín, eterna primavera. Ciudad de tantos atributos que da al visitante una amable visión de sus gentes y entornos. Bailaremos la rica salsa al compás de la maraca y el tambor gozando de esta bonita experiencia.